Miércoles, 8 de diciembre de 2010
DATOS DE LA RUTA:
Acceso: Sonabia (66 m), localidad perteneciente al ayuntamiento de Castro Urdiales (Cantabria).
Desnivel positivo: Unos 500 m.
Tiempo aproximado: 3 h. (1 h. 45´ de ascensión).
Dificultad: Media. El terreno kárstico dificulta la marcha.
Ubicado en la costa oriental de Cantabria, el macizo del Candina es una impresionante mole caliza que se eleva de forma abrupta directamente desde el nivel del mar. Esta montaña costera, situada en un lugar privilegiado cargado de belleza y fuerza, sirve de fortaleza y refugio a una gran diversidad de flora y fauna, siendo el único lugar de Europa al borde del mar que acoge una colonia de buitres leonados.
DESCRIPCIÓN DEL RECORRIDO REALIZADO:
Llegamos a Sonabia un soleado miércoles festivo de otoño y dejamos aparcados los coches en una amplia zona habilitada como aparcamiento situada detrás de la ermita Virgen del Refugio, una pequeña y blanca construcción levantada en la parte alta del pueblo. Enfrente de la iglesia nos encontramos un pequeño merendero y de allí arranca un camino que desciende hacia la playa Valdearenas. Cogemos el camino alegremente hasta que llegamos a la altura de una casa y el camino deja de ser evidente y comienza a cerrarse de forma bastante sospechosa. Suerte que junto a una casa allí situada se encuentra el amable dueño de la misma, el cual nos aconseja que retrocedamos unos metros y cojamos una senda que hemos dejado a nuestra derecha.
Así que, obedientes y confiados, nos damos la vuelta y cogemos la senda, la cual, por cierto, está indicada con una flecha naranja pintada en una roca. No sé cómo no la hemos visto antes. O, mejor dicho, sí lo sé: es que a veces vamos como ciegos. Sobre todo, cuesta abajo. En fin, es que somos así.
Esta senda perdida y encontrada nos deposita en Valdearenas, la pequeña y coqueta playa de Sonabia. Nudista por más señas. Aunque hoy no hay ni una sola alma disfrutando de su calma. Salvo nosotros, claro.
Tras cruzar la playa tomamos una senda bien visible que asciende en diagonal dirección oeste hacia las paredes rocosas situadas a nuestra izquierda siguiendo la línea de la costa. El camino, al principio de arena, pronto se torna tierra y roca. Y a partir de este instante éste podría el resumen de la ruta de hoy: tierra y roca, roca y roca, tierra y roca. Y es que ya se sabe: en la variedad está el gusto.
Este primer tramo de la ascensión, marcado con flechas rojas pintadas en las piedras, nos sitúa en una especie de terraza abierta al mar desde la cual se puede disfrutar de unas bonitas vistas de Liendo, Laredo, Santoña, el Buciero y, sobre todo, de la Ballena de Sonabia, nombre popular que recibe el Cabo Cebollero o Punta de Sanabia, un entrante de tierra que se introduce en el mar y cuya denominación se explica por el hecho de que su silueta, vista desde arriba, sugiere la figura de un gran cetáceo.
Una vez llegados a este punto ya no hay marcas rojas que guíen nuestros pasos ya que si las siguiéramos llegaríamos a Laredo y no al monte que nos hemos marcado como objetivo para el día de hoy. Así que no nos queda más remedio que subir “a las bravas”–como suele decirse– por la interminable ladera que se alza a nuestra izquierda. Y digo lo de interminable porque, aunque desde abajo no parece que sea para tanto, sí que lo es. Ciertamente, lo es. Sin duda alguna. Impresión general del grupo. Unanimidad absoluta.
Y subimos, subimos y subimos… Y los buitres revoloteando sobre nuestras cabezas… Parada técnica para tomar más aire y algún que otro alimento… Y seguimos subiendo, subiendo y subiendo… Y llegamos… Pero no al Candina… ¿Dónde estamos? ¿A qué cima rocosa coronada por un cairn de piedras sin buzón y con unas impresionantes vistas al mar hemos llegado? Y ésta es la respuesta que puedo dar después de visualizar unas cuantas fotos en Internet: hemos llegado al Salpico. Estamos a 486 m desde el nivel del mar. 486 m que hemos ascendido entre rocas y rocas y rocas y más rocas. Enfrente de nosotros se alza el Candina. Y parece que está tan lejos… Y ese inmenso mar de piedras que nos separa de él…
En el Salpico nos encontramos con un montañero que se halla muy entretenido sacando fotos. Y nosotros, tan poco considerados a veces, lo sacamos de su entretenimiento para atiborrarle a preguntas: de dónde vienes, adónde vas, cuántos años tienes… Bueno, esto último no le preguntamos, que somos curiosos pero no tanto. Total, que nos dice que no sabe cómo se llama este monte (pues ahora nosotros sí que lo sabemos); que él ha subido al Candina por la otra vertiente, saliendo del punto kilométrico 161 de la carretera N-634 que une Laredo con Oriñón, lugar conocido como alto de Candina. También nos dice que el camino por el que ha ascendido él tiene marcas rojas y blancas, que es mucho más cómodo que por el que hemos subido nosotros (de “paseo” califica la ruta seguida por él. Y hasta tres veces repitió lo de paseo) y que para ir del Salpico al Candina no hay que sortear piedras, que hay una senda que nos conducirá allí en cinco minutos. Sí: cinco minutos dijo. Y no una vez sino dos. Que las conté.
Así que, animados por las palabras del montañero-fotógrafo, tomamos dos decisiones importantes en el día de hoy: que nos vamos al Candina y que descenderemos a Sonabia por la otra vertiente. Y algo más añadiré a lo dicho: que lo de los cinco minutos debía de ser corriendo y que lo del paseo debió de ser una apreciación personal suya que no tuvo nada que ver con la experiencia vivida a posteriori por nosotros. Aunque, todo hay que decirlo, a los niños el camino les debió de parecer de lo más cómodo, vista la despreocupación y la alegría con la que bajaron. El día menos pensado nos abandonan por flojos y se largan por su cuenta al monte. Y, dicho lo dicho, continúo con el relato de lo acontecido.
Unos 15´ tardamos en llegar al Candina desde el Salpico siguiendo la cresta cimera. Y algunos incluso algo más. Que no es mucho, es cierto, pero es el triple de lo que nos habían dicho. Eso sí: había un caminito. Con sus marcas rojiblancas y todo.
Y allí nos esperaba el Candina, con su vértice geodésico tirado en el suelo y su buzón. Enfrente de nosotros, los espectaculares Ojos del Diablo, unas enormes ventanas horadadas en la roca por la naturaleza que ofrecen una impresionante panorámica del mar Cantábrico. Y, a nuestros pies, una amplia depresión –Hoya Negra – en la que se pueden apreciar restos de la intensa actividad minera que vivió la zona.
Y ni tiempo nos dio para sacarnos la foto con todos en la cima porque, de repente, la dirección del viento cambió y salimos de allí rápidamente pensando –qué inocentes somos a veces– que por salir cinco minutos antes no nos iba a pillar la lluvia.
Pero, independientemente de que amenace con llover o no, el bocadillo no se perdona. Eso sí que no. Así que cogemos otra vez el camino de las marcas rojas y blancas y nos detenemos unos metros más adelante bajo una oquedad en la roca con la intención de llenar bien el estómago. Y una vez alimentados, tiene lugar una no traumática separación: cuatro adultos (todos ellos del sexo masculino) regresan a Sonabia siguiendo la misma dirección por la que habíamos venido con la intención de llegar a los coches y de irnos a recoger a los demás al kilómetro 161 del que nos habló el montañero del Salpico. Y todos los demás, es decir, un hombre acompañado por todo un harén de mujeres y seguido por una interminable hilera de niños y niñas, tomamos la dirección contraria con el propósito de evitar la incomodidad y peligrosidad que creemos que supone bajar por donde hemos subido.
¿Incomodidad he dicho? ¿Peligrosidad? ¿Pasar a recogernos con los coches? En fin…
El camino que seguimos el grupo más numeroso estaba bien marcadito, eso sí, que bien nos preocupamos de no perder de vista las marcas rojas y blancas. Pero ni fácil ni cómodo. Porque caminar por el lapiaz no es como caminar por una inmensa campa verde pisando hierba. Aún así, llegamos sin contratiempos ni ninguna magulladura, lo cual, dado el estado del camino, es todo un logro. Pero no llegamos al punto kilométrico al que pensábamos llegar. La verdad es que desconozco dónde nos desviamos porque –como ya he dicho– seguimos las marcas rojiblancas como corderitos. ¿Y adónde nos condujeron? Pues nada más y nada menos que de vuelta a Sonabia, pero por la ladera situada más a la izquierda de la playa.
¿Y los otros cuatro? ¿Se habían ya montado en los coches y salido en nuestra búsqueda? Pues no, porque resulta que cuando llegaron a Sonabia nos vieron allá en lo alto, atravesando un paso angosto y un tanto expuesto, y decidieron esperarnos allí mismo. Todos excepto uno, que subió hasta el lugar donde nos encontrábamos y nos guió ladera abajo hasta el pueblo. Todo un caballero.
Cuando pisamos al fin tierra firme, el pueblo nos recibió con lluvia, una lluvia fina que se fue intensificando a medida que nos acercábamos a los coches. Menos mal que nos había respetado durante el recorrido porque la roca y la lluvia son malos aliados en el monte. Y de allí nos dirigimos al vecino pueblo de Liendo (en coche, claro), donde nos tomamos unos cafés y unos cola-caos en torno a una mesa que fue testigo de una animada charla a la que podría calificarse de catarsis colectiva. Interesante el día de hoy al fin y al cabo.