Sábado, 31 de marzo de 2012
DATOS DE LA RUTA:
ACCESO: Puerto de Ernaz o de la Piedra de San Martín, situado a 1.760 m de altitud, el cual marca el límite entre Isaba (localidad navarra situada en el valle del Roncal) y Arette (en el valle francés de Barétous). Para llegar allí desde Isaba tomaremos la carretera NA-137 dirección Francia y, poco después de pasar el km 59, llegaremos al puerto de Ernaz, lugar donde nos encontraremos con un amplio aparcamiento a ambos lados de la carretera en el que es posible dejar los vehículos.
DESNIVEL POSITIVO: 933 m.
DISTANCIA: 12´96 Km.
TIEMPO APROXIMADO: 6 h 30 min (3 h 15 min de ascensión).
DIFICULTAD: Media-alta.
El Anie o Auñamendi es la primera montaña pirenaica en superar los 2.500 m desde el océano Atlántico y uno de los picos más elevados de Euskal Herria. Si a este indudable atractivo le unimos, además, el hecho de que el Anie ha sido considerada desde tiempos inmemoriales como una montaña sagrada para los vascos, no es de extrañar que este pico calcáreo se haya convertido en una de las cumbres más ascendidas y emblemáticas de la zona.
La ascensión a esta preciosa montaña de perfecta figura piramidal la llevaremos a cabo siguiendo su ruta de acceso más habitual: la que parte del puerto de Ernaz o de la Piedra de San Martín (1.760 m) y atraviesa el karst de Larra, un impresionante lapiaz formado por simas y grietas de enormes dimensiones que el viento y el agua han ido tallando pacientemente a lo largo de siglos.
DESCRIPCIÓN DEL RECORRIDO REALIZADO:
Dejamos Isaba atrás y llegamos bien temprano a la estación de esquí La Pierre de Saint Martin. ¿Por qué? ¿Porque nos disponemos a esquiar? Pues no. Es más bien porque nos hemos equivocado. Así que no nos queda más remedio que retroceder en coche unos tres kilómetros hasta llegar al lugar desde el que pretendemos iniciar la ascensión al Anie o Auñamendi: el col de la Pierre de Saint Martin, que se llama igual que la estación de esquí pero no es lo mismo.
En este collado, también conocido como collado de Ernaz por esa manía que tenemos a veces los humanos de duplicar los nombres, se encuentra ubicado el mojón 262, el más famoso de los 1.300 hitos que conforman el cordón fronterizo del Pirineo, el cual es conocido popularmente como Piedra de San Martín. Un cartel informativo allí situado nos explica la razón de su celebridad: en este lugar, desde tiempos ancestrales, se celebra cada 13 de julio el popular Tributo de las Tres Vacas, en el que los alcaldes del valle de Barétous (Francia) entregan a los del Roncal (España) tres vacas como pago por el disfrute de los pastos roncaleses y sellan este trato milenario colocando las manos unas sobre otras encima de la Piedra de San Martín, tras lo cual se celebra una animada comida popular. Porque no hay celebración sin comida ni bebida a raudales. Son manías también que tenemos los humanos.
Como hoy no es 13 de julio y no hay nada que celebrar, no nos encontramos allí con ningún alcalde sino con unos cuantos montañeros que, al igual que nosotros, han decidido madrugar un poco para ascender alguna de las numerosas montañas que se dibujan en este paisaje cubierto de nieve.
Una vez preparados los bártulos, comenzamos la ruta en este espléndido y soleado sábado primaveral tomando una senda que parte de la misma Piedra de San Martín y asciende dirección este hasta situarnos en un alto desde el cual es posible divisar ya la inconfundible pirámide del Arlas y la silueta lejana del Anie.
Progresamos dirección este-sureste siguiendo las marcas amarillas que muy esporádicamente aparecen entre las rocas que emergen de la nieve y llegamos en poco tiempo a la base del Arlas, el cual comenzamos a bordear por su vertiente oeste. Pasamos junto al manantial de La Contienda, el cual está provisto por dos mangueras de las que brota el agua (ya podían poner una fuente en condiciones), y proseguimos dirección este-sureste sin perder de vista la perfecta silueta afilada del Anie.
Una vez flanqueada la ladera del Arlas, decidimos ponernos los crampones por precaución y proseguimos nuestro periplo perdiendo algo de cota antes de llegar al col de Pescamou (1.918 m). Dejamos a nuestra izquierda el denominado refugio de los espeleólogos, una construcción de chapa en medio de la nada, y continuamos avanzando hasta internarnos dentro del laberinto cárstico de Larra. Se trata de una zona de grandes bloques de piedra caliza y espectaculares simas que en la época en la que nos encontramos se halla completamente cubierta por la nieve. Tan sólo asoman hoy tímidamente algunos bloques de piedra que emergen de entre la nieve como puntas de un iceberg escondido.
Tras un breve descanso acompañado de un pequeño refrigerio, nos internamos en un desfiladero y continuamos en la misma dirección este-sureste, siguiendo las huellas dejadas en la nieve por la gran cantidad de montañeros que transitan hoy por este lugar y sin apartar los ojos del Anie, que alza su inconfundible silueta justo enfrente de nosotros.
De esta manera nos plantamos bajo la impresionante cara sureste del Anie, salpicada por las marcas de las pisadas de todos aquellos que se han atrevido hoy a ascender por esa empinada ladera. Nosotros, sin embargo, decidimos bordear el monte por nuestra derecha para afrontar la subida por la cara sur, que parece más tendida y accesible. Lo parece pero no lo es. De hecho, dos de los tres niños-adolescentes que han recorrido el camino con nosotros toman la firme determinación de no subir. Que se quedan abajo esperando, dicen. Esperando y sacando fotos. Más que nada por hacer algo.
Mientras tanto, los demás nos enfrentamos a las duras palas finales del Anie con determinación y cansancio mezclados, golpeados por el sol abrasador que inunda de luz el paisaje, hasta que al fin conseguimos alcanzar el buzón del Anie, semienterrado en la nieve. Objetivo cumplido e impresionantes las vistas: al norte se extienden los valles franceses, al oeste emerge la figura del Orhi, al este se divisan el Pic du Midi de Bigorre y el Balaitous, al sur se levanta la Mesa de Los Tres Reyes, y más allá se dibujan también los perfiles del Castillo de Acher y del Bisaurín, entre otros montes.
Fotos en la cima y rápido descenso hacia el lugar donde nos esperan los dos que se han quedado descansando al sol. Comemos allí mismo y emprendemos el regreso siguiendo el mismo camino por el que habíamos venido.
Ahora bien: aunque el camino es el mismo, el estado de la nieve no. Se ha reblandecido bastante, así que, mientras nos hundimos de forma irremediable en la nieve, nos acordamos con fervor de las raquetas que hemos dejado guardadas en los maleteros de nuestros coches. No obstante y a pesar de lo dificultosamente que avanzamos en algunos tramos, la falta de raquetas también nos brinda la oportunidad de reírnos un poco al ver cómo nosotros y nuestros compañeros nos hundimos una y otra vez en la nieve, en ocasiones hasta la cadera, y tenemos incluso dificultades en alguna que otra ocasión para salir del agujero sin ayuda. Sin embargo, a pesar del estado de la nieve y a pesar de la niebla que comienza a envolver el paisaje cuando ya nos acercamos al Arlas, conseguimos llegar a los coches cansados pero contentos y lo más importante: sin ningún contratiempo que contribuya a empañar nuestra felicidad y satisfacción por haber cumplido el objetivo del día.
Ruta en wikiloc: