Sábado, 30 de octubre de 2010
DATOS DE LA RUTA:
Acceso: Cueva de Ágreda (Soria), a 1.313 metros de altitud.
Desnivel: 1.020 m. aproximadamente.
Distancia: Unos 10 km.
Tiempo aproximado: 2 h. 30´ de ascensión.
Dificultad: Alta.
Situado en la sierra del mismo nombre, a caballo entre Castilla y Aragón, el Moncayo o San Miguel es con sus 2.316 metros de altitud la cumbre más elevada de las provincias de Soria y Zaragoza y uno de los picos más importantes de la Península Ibérica.
Uno de los puntos más habituales de ascenso a esta emblemática montaña es el Santuario de Nuestra Señora del Moncayo (1.621 m), en Zaragoza. No obstante, estando alojados como estábamos en una casa rural de la provincia de Soria, optamos por ascender al techo del Sistema Ibérico desde Cueva de Ágreda (Soria). Se trata de una ruta no tan frecuentada como la que parte de la vertiente zaragozana y algo más costosa, ya que para alcanzar la cumbre es preciso sortear un desnivel mayor. No obstante, merece la pena intentar esta ascensión desde tierras sorianas por la variedad del paisaje y la belleza del entorno.
DESCRIPCIÓN DEL RECORRIDO REALIZADO:
Lo cierto es que para hoy no teníamos prevista la ascensión al Moncayo: nuestra intención era visitar el Cañón del Río Lobos pero, vistas las previsiones meteorológicas que anunciaban lluvias torrenciales en la zona del río Lobos y lluvias débiles en la zona del Moncayo, decidimos modificar los planes iniciales. Éramos conscientes desde el primer momento que la subida al Moncayo desde la parte soriana iba a ser tarea difícil para los niños, dado su desnivel y el tiempo estimado de ascensión, así que tampoco nos planteábamos hacer cima a toda costa. Llegaríamos hasta donde nos llevaran los pies o hasta donde el tiempo nos lo permitiera.
Así que con esta intención nos dirigimos en nuestros coches desde la localidad soriana de Rebollar, donde habíamos alquilado una casa rural para el fin de semana, hasta Cueva de Ágreda, un pequeño y pintoresco pueblo cuya denominación le viene de una famosa cueva en la que –según antiguas leyendas– Hércules dejó sepultado para siempre a Caco, el famoso monstruo mitológico conocido por su afición a apropiarse de lo ajeno, en venganza por haberle robado parte de su ganado. Desde luego, hasta llegar a este minúsculo pueblo soriano desconocíamos que Hércules hubiera habitado por estos lares y mucho menos que tuviera tiempo para cuidar un rebaño. Más aun: tenemos que manifestar nuestra más absoluta ignorancia acerca del hecho de que Caco hubiera cambiado de residencia y hubiera decidido en algún momento de su vida abandonar las aguas del Tíber para trasladarse a las proximidades del río Transmoncayo. Pero sirva esta curiosa historia como dato cultural para conocer la procedencia etimológica de la palabra “caco”.
Atravesamos Cueva de Ágreda y en la parte alta del pueblo tomamos a la izquierda una ancha pista en la que un panel informativo nos indica que ésta es la dirección hacia el Pico del Moncayo siguiendo la GR 86 (marcas rojas y blancas) y también la dirección a El Colladillo por el PR-SO 19 (marcas amarillas y blancas). Una vez pasado este cartel indicador nos encontramos con una barrera que impide el paso de vehículos y junto a ella dejamos aparcados los coches.
Comenzamos a caminar por la pista, dirección norte, siguiendo las marcas rojiblancas de la GR 86, adentrándonos así en un precioso bosque de robles, siempre acompañados del olor penetrante de las jaras y del ruido apaciguador del río Trasmoncayo. Diversos tonos de verdes y ocres mortecinos inundan el paisaje otoñal confiriendo al entorno una variedad cromática que recrea la vista.
Obviamos una primera desviación a la derecha y seguimos de frente por la pista hasta que llegamos a la Fuente del Nacedero (1.460 m). Junto a ella se encuentra un puente de hormigón que cruza a la otra orilla del río. En este punto abandonamos la pista para adentrarnos en un sendero situado a la izquierda y señalizado con un hito y marcas rojas y blancas. Comienzan a caer las primeras y tímidas gotas de agua.
El sendero se va estrechando cada vez más hasta convertirse en una senda que poco después deja atrás el arbolado y comienza a remontar muy suavemente el cauce del río siguiendo el barranco del Colladillo. Dejamos atrás los restos de dos aviones que se estrellaron hace más de tres décadas y que nadie hasta ahora se ha preocupado de retirar.
Cuando llevamos caminados unos 3 kilómetros, la lluvia empieza a descargar con más fuerza. Es en este momento cuando decidimos que los niños más pequeños se den la vuelta. A los más mayores intentamos animarlos para que continúen, pero hoy no están imbuidos del espíritu montañero y tampoco se trata de forzar la situación. Así que todos los niños acompañados de unos cuantos adultos se dan la vuelta en este punto, mientras que otros cinco adultos, entre los que me encontraba yo, decidimos continuar adelante. Nada nos hacía presagiar en ese preciso instante el pequeño infierno por el que tendríamos que pasar poco después. De lo contrario tengo que confesar públicamente que yo hubiera sido la primera en darme la vuelta.
Seguimos ascendiendo muy suavemente hasta alcanzar en unos minutos el humilde nacimiento del río Transmoncayo, que surge tras una roca. Ha dejado de llover pero la niebla, aunque no muy espesa, nos impide contemplar el paisaje. Tras un brevísimo descanso junto al nacimiento del río, seguimos hacia adelante siguiendo el mismo barranco, ya seco. Aunque nos encontramos completamente resguardados del frío dentro de las paredes del barranco, pequeñísimos copos de nieve comienzan a hacer acto de presencia y el sendero se va tiñendo de blanco. Estamos ya en el tramo final.
El camino se empina un poco, gira hacia la izquierda y, cuando nos encontramos ya en la cuerda del Moncayo, a 2.252 metros de altitud, a la nieve se le une un intenso viento que comienza a soplar a nuestras espaldas empujándonos hacia la cima, a muy escasa distancia de donde nos hallamos en ese momento.
Pasamos junto a la cruz que corona la cima del Moncayo, completamente helada, y nos acercamos al vértice geodésico. Nada más llegar a él el viento y el frío se intensifican hasta tal punto que la pantalla del GPS se queda en blanco, petrificada a causa de las bajas temperaturas. En unos segundos se nos congela el tubo del camelback, las cremalleras de las chaquetas, las cuerdas de los guantes… Por unos breves instantes pensé que se estaba iniciando en la cumbre del Moncayo la quinta glaciación de nuestra era. Y no exagero.
La verdad es que no hay ninguna instantánea que recoja el momento en que pisamos la ventosa cima del Moncayo. Como para detenernos a sacar fotos la verdad es que no estábamos en ese momento. Tan sólo contamos con una fotografía sacada unos segundos después de hollar la cumbre por alguien más osado que yo que me cogió la cámara que llevaba guardada en una funda dentro de la chaqueta, motivo por el cual todavía no había sufrido síntomas de congelación. Supongo. Se trata de una foto a unos 50 metros de la cima, si bien no hay ningún vestigio físico que lo atestigüe. En definitiva, que estamos en la misma situación que la alpinista Oh Eun-Sun y su polémica foto en la cima del Kanchenjunga, esa montaña de nombre impronunciable. La única diferencia es que nosotros no nos estamos jugando ser los primeros que ascienden los 14 ochomiles y nos da lo mismo que nos crean o no.
El descenso de la cima del Moncayo, aunque breve, fue toda una odisea. El viento apenas nos dejaba avanzar, derribó a más de uno y yo a duras penas podía abrir los ojos debido a que los copos de nieve se convirtieron por un momento en proyectiles directamente lanzados contra nuestro cuerpo por ese indescriptible viento sur que soplaba a una velocidad supersónica. En esos momentos hubiera vendido mi alma por unas gafas de ventisca.
No obstante, conseguimos llegar de nuevo al barranco del Colladillo. Allí, una vez resguardados del frío y, sobre todo, del viento, me hicieron parar y tomarme un vaso de caldo que, sorprendentemente, estaba aún caliente y que yo apenas podía sostener con las manos porque estaba temblando de pies a cabeza. Uno de los presentes me cedió su gorro impermeable, que estaba seco por dentro, y después me quitó los guantes, que tenía empapados, y los sustituyó por otros guantes secos que traía en la mochila. El susto ya había pasado y podíamos seguir caminando.
Poco después llegamos de nuevo a Cueva de Ágreda sin que la nieve ni la lluvia volvieran a hacer acto de presencia. Allí, el que me cedió caballerosamente el gorro afirmó que no había sido para tanto. Y es que cada uno vive las experiencias de forma distinta y, por lo tanto, las cuenta a su manera. Ya lo dijo Campoamor en el siglo XIX: “En este mundo traidor nada es verdad, ni mentira. Todo es según el color del cristal con que se mira”.
Y aquí tenéis la ruta y el perfil de la marcha realizada, recogida por el GPS antes de que se quedara congelado de la impresión:
(Para ampliar la imagen pincha sobre ella y, a continuación, vuelve a hacer click encima)